“Se acomodó en un tronco. Sonó una soprano, una música de un baile de una noche antigua. Hasta que la ilusión paró, Lavinia entreabrió un poco las piernas y tuvo descenso, como si una granada se le hubiese roto dentro, un horroroso tomate. Caían frutas, flores. Se le desprendían cerezas, guindas, sin parar; uvas.”
“Lavinia hizo el primer paseo de su femineidad. Los árboles estaban significativos. Como hombres viejos y sabedores, llenos de frutas. Movían la cara, volvían a escuchar.”
“Lavinia, entretanto, prosiguió frecuentando los bosques. Su interior estaba conmovido. Los resultados eran cada vez más inquietantes. Y más amplios. Sobre todo eran develadores. Veía cosas nunca vistas. Llegó a parir pequeños huevos vírgenes, muy bellos, de diversos colores. … En esos días ella tuvo amor, una enorme voluntad de empollar.
Lavinia seguía entrando al bosque, fuente de oscura alegría. Todas las mañanas caminaba (aunque ansiaba nadar) hacia él.”
“_ ¿Quiere, señora, ser mi mariposa?
Todos la miraron. Lavinia siempre tenía temor porque bajo el viejísimo vestido, iba muy habitada.”
“Qué palabras esas. Ella, Él. Casi iguales y tan distintas.”
“Ella lo miró – y echó una vaharada de perfume de amor – con la boca agrandada, miraba con la boca.”
“Era bella así saliendo y abriéndose como la ilusión; parecía algo propio de los anchos pastos, algo creado por éstos con remotas sustancias.”
“Ella era víctima del instinto, pero también lo seguía como a un santo. …
_ Tiene fantasmas, ¿eh?
Lavinia contestó, trémula: - Y… sí”.
“Manlio había observado el sexo de Amelia porque ella dejaba ese aro encendido –a ratos, parecía una pulsera de nácar con rosas, con virola rosada de hueso– por donde bajaban – oh, milagro - los hijos, aquellos robustos seres implementados con todo. Por donde él había ido a destajo en los infinitos ayuntamientos; hubiera jurado que el tubo sexual de Amelia llegaba hasta el corazón, hasta el pecho, lo hubiera jurado”.
“Lloró contra la almohada, y ésta le recordaba sin piedad todo lo habido. Quitándola del cabezal se la aplicaba como si fuera el que no vendría más. Pero a la almohada faltaba algo”.
“En la casa la creían íntegra, le daban de comer cosas santas que cuidan la castidad. Rezaban durante sus menstruaciones. Ofrecían éstas a la divinidad para que las bendijese (en esa casa la divinidad vivía en un impresionante mueblecito negro), sin darse cuenta de que a veces corrían en ella diminutos seres.”
“Y en ese minuto tuvo miedo de saber la verdad”
“No sé si podré con su doncellez, con la mirada estrellada, que usted tiene, dijo sin saber por qué decía eso.”
“Iris caminaba de prisa, corría, por no saber qué hacer. Corría de ella misma.”
“Al rumor de la boda les temblaron los pechos, se les derramaba un néctar entre las piernas.”
“Pensó también en ejecutarla de amor toda la noche, cabalgar, no darle reposo.”
“Andaban juntando cerezas para hacer el licor funerario. Lo ponían en pocillos, pendientes de las ramas. Sacaban las cerezas de los jardines ricos. Pero, algo nadaba sobe el vino. Una cosa chiquita, no identificada, un confite ácido.
Cuando pasó todo y se quiso analizar, dijeron: - No era nada. Estaba por llover. Son las cosas de la naturaleza, de siempre, cuando está por llover.”
“A precio de oro fueron vendidos. Para hacer pucheros, algunos, también, los más antiguos. Sí, su carne era rica, era una carne con mucha experiencia, muy erotizada, sobresexuada, y eso la hacía –se dijo- muy sabrosa y muy cara.”
“Cerró su casa y con el mismo gesto cerró el mundo”.
“El escriba bajó los ojos y volvió al papel.
La señora Lavinia, apuntó, era, de todas, la más fascinante, tal vez, con sus fuegos infantiles, sombríos; y la más desdichada.
Aquí el escriba hizo un alto y recordó cómo había observado a señora Lavinia, durante todo el tiempo, perseguido y espiado, por análisis, sin que ella se diese cuenta.
Fijó por mucho rato el nombre secreto de Lavinia, el que él mismo le había dado, como a todas las otras. Su nombre de flor.”
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