Los hijos nos desacomodan, nos conmueven, nos emocionan, nos ponen nerviosos, nos enojan, nos hacen felices.
Los hijos son una revolución en la vida de sus padres.
Los hijos son paquetes de amor que llegan para quedarse, para que les hagamos un lugar entre nosotros.
Nos modifican, no somos los mismos desde que aparecen, nos agregan espesor, emociones y sentido.
Los hijos nos confrontan con todo lo que quizás antes no quisimos ver, iluminan nuestras zonas más oscuras, nos obligan a hacernos cargo de nosotros mismos para poder así hacernos cargo de ellos.
Los hijos rompen nuestras rutinas, cambian nuestros espacios, modifican nuestros hábitos, usan la casa en toda su extensión, no nos dejan dormir todo lo que quisiéramos, limitan nuestras posibilidades de leer, de salir, de hacer el amor.
Los hijos interfieren y ocupan todo y más, instalan una dimensión del amor inimaginable hasta su llegada, nos muestran un mundo genial a través de su mirada curiosa, interesada, entusiasta.
Los hijos arman juego en cualquier circunstancia, nos iluminan la vida con sus caritas entregadas, nos permiten sentir lo importantes que podemos llegar a ser. Nos quieren porque sí, nos necesitan.
Los hijos quieren nuestra felicidad, se preocupan por nosotros, dependen de nuestros estados de ánimo, están dedicados a mostrarnos sus logros. Crecen en el clima emocional que somos capaces de brindarles. Por todo esto es necesario y lindísimo poder comprometerse a fondo con ellos, amarlos y acompañarlos lo mejor posible.
Ximena Ianantuoni
Capítulo 9, "Hijos sin Dios"
Ed. Sudamericana, 2007
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